La física sostiene que nada se pierde si no que todo se transforma. Todo va transformándose de a poco, los afectos hacia las personas van cambiando. Vas creciendo y seleccionando lo bueno de lo malo. Transformas una ideología en otra, te decepcionas o al contrario, te alegras. A medida que todo pasa las cosas toman distinto “gusto” por decirlo de algún modo y la esencia no siempre permanece. En uno siempre hay cambios, cambios constantes que marcan, cambios que te hacen ser tan distinto a como eras. Nos ponemos ciegos y no lo vemos, o posiblemente no queremos verlo, puede que lo veamos, puede que notemos que el ego nos gano de mano y ya nada importa, puede que notemos que perdimos lo que mas queríamos por un estupido ideal.
Nada se pierde porque de todo se aprende, depende de nosotros transformar lo malo en buenas experiencias o al menos en aquellas que no queremos volver a repetir. Aprender en aquello que nos hace tan mal para no volver a repetirlo, saber separar la mierda de lo que vale la pena.
1 comentario:
Transformar lo malo en buenas experiencias lo veo en poco difícil, pero aprender de ello, seguro! Creo que es la base de nuestra existencia. De chiquitos mamá nos retaba porque después de jugar, el dormitorio se convertía en un mundo de barbies, osos de peluche y por qué no, para aquellos intelectuales, tableros de ajedrez. La fatiga siempre era mayor y hay que considerar que nacimos con esa vagancia propia que ahora me impulsa a dejar el libro de biología por un rato. ¿Pero qué íbamos a hacer? ¿Dejar de jugar acaso? Sin juegos no había diversión, entretenimiento, sin juegos el tiempo no pasaba. Ahí desarrollamos esa cabecita infante y posterior al uso de los juguetes les fuimos asignando sectores del cuarto. Y sorprendimos a mamá, y nos sorprendimos a nosotros mismos. Estábamos aprendiendo sin libros ni maestros, aprendiendo que ese placer, llevaba su posterior sacrificio.
Me gusta tener una amiga que escriba tan lindo, ¿te lo dije? Te amo pepi.
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